'... La espalda de Luli Gigante era estrecha y tenía un mapa suave de huesos adornándola. Islas y penínsulas respirando bajo el mar liso y bronceado de la piel. Al abrazarla, a Miguelito se le quedaba pequeña aquella espalda de juguete, tan distinta a la de las mujeres que hasta entonces había abrazado. Inmaculada Berruezo, Virginia la Francesa, o Susanita, aquella rubia de ojos negros que vivía en el piso de arriba de la droguería y a la que durante un tiempo estuvo viendo a escondidas de su novio, antes de que se casara y se fuese a vivir a Barcelona. El día siguiente a la boda, cuando Dávila llegó a la droguería y pisó los granos de arroz que le habían arrojado a la novia al salir de su casa, sintió un peso en el ánimo y en los hombros que sólo se fue diluyendo con el paso de los días, mientras miraba jugar a Paco Frontón y a Avelino Moratalla al billar, oyendo al Babirusa hablar de artes marciales, hasta que el último grano de arroz, llevado por la lluvia o las escobas de los barrenderos, desapareció de los escalones y las grietas de la acera. No. Querer a Luli era querer el sueño, tocar aquello que siempre había estado escondido dentro de él y ahora revelaba.
''Si un día no la tengo será como si a mí entero me echaran al cubo de los desperdicios donde tiraron mi riñón, con las cáscarasde patatas y las basuras del suelo, como si me metieran en la misma caldera que lo metieron a él'', le dijo Miguelito a Paco Frontón. Pero éste, en ese instante, no estaba muy atento a las palabras de su amigo. Sus ojos diminutos perseguían la figura de la Cuerpo...'
ANTONIO SOLER - El Camino De Los Ingleses
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